He leído tu texto con atención y agradezco la profundidad con la que abordas la relación entre arte, mirada y estructura social.
Has logrado situar la cuestión estética en un territorio donde el poder de la representación se entrelaza con las jerarquías históricas de la visión.Coincido en que la interpretación de Araya no puede reducirse a una mera inversión del eurocentrismo; su obra, como bien señalas, tensiona las fronteras entre sujeto y objeto, entre lo visible y lo que resiste a ser visto.
La noción de tableau cinemático, que dices,introduce una dimensión temporal en el espacio pictórico que desestabiliza cualquier lectura estática.
Sin embargo, quizá valdría pensar—más que en la definición conceptual de la experiencia—en su potencial de desplazamiento:¿y si la imagen no fuera un punto de llegada del pensamiento, sino su punto de fuga? cómo decirlo,tal vez el arte no contiene la mirada, sino que la disuelve,la redistribuye,la devuelve al mundo con nuevas condiciones de visibilidad.
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Tal vez el arte no mira, sino que devuelve la mirada.
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Buen punto, lo que dices abre una línea de pensamiento fascinante. Por ejemplo, podríamos preguntarnos si el arte realmente devuelve la mirada o, más bien, la disuelve por completo. En Anselm Kiefer, las superficies calcinadas no observan: engullen al espectador, lo vuelven materia del paisaje. En Gerhard Richter, la pintura se desvanece en una niebla que borra toda certeza visual, cuestionando la fe en la imagen. Lee Kangso y Edward Hopper, desde extremos geográficos, crean espacios donde la mirada se interrumpe, suspendida entre presencia y vacío, por así decirlo.
Tal vez el arte no sea un espejo que nos devuelve, sino una fractura en el acto mismo de ver, un territorio donde mirar se vuelve un gesto de extravío y revelación.